Es una de las últimas revoluciones de la astronomÃa y, a la vez, la realización de un sueño que hasta hace poco más de una década parecÃa inalcanzable. Una vez más, es la tecnologÃa que está a disposición de los estudiosos del cielo (junto a enormes dosis de imaginación e ingenio) la que está consiguiendo convertir en realidad lo aparentemente imposible. Hoy, en efecto, hemos conseguido «ver» lo que sucede alrededor de otros soles, estudiar decenas de sistemas planetarios en plena formación y observar cientos de mundos individuales alrededor de estrellas lejanas. Desde el año 1993, unos 200 planetas externos al Sistema Solar han sido localizados, estudiados y clasificados por los astrónomos. El más cercano a nosotros, Epsilon Eridani, gira alrededor de la estrella del mismo nombre, a una distancia de 10,4 años luz. El más lejano, OGLE-TR-56b, está bastante más lejos, a 17.000 años luz de la Tierra.
Todo comenzó en 1993, cuando el astrónomo polaco Alexander Wolszczan anunció el descubrimiento de tres grandes objetos en órbita del pulsar PSR 1257+12. Un pulsar es lo que queda de una estrella después de que explote en forma de supernova, un denso núcleo de neutrones que gira a gran velocidad y que emite, de ahà su nombre, «pulsos» electromagnéticos a intervalos regulares. Como auténticos «faros espaciales», estos objetos fascinan a los cientÃficos desde hace décadas. Para Wolszczan, los cuerpos que descubrió alrededor de PSR 1257+12 también podÃan atribuirse a la explosión estelar que originó el pulsar. Por supuesto, no se trataba de planetas como el nuestro, sino de objetos de grandes dimensiones, de tamaños comparables al de estrellas pequeñas, formados, además, durante un episodio catastrófico y girando alrededor de una estrella moribunda. Un primer paso para la ciencia, pero que no tenÃa nada que ver con un sistema planetario como el nuestro. La carrera, sin embargo, habÃa empezado y ya no volverÃa a detenerse.
El primer planeta descubierto alrededor de una estrella del tipo de nuestro Sol fue anunciado el 6 de octubre de 1995 por los astrónomos suizos Michel Mayor y Didier Queloz. Se trataba de un gigante gaseoso, cientos de veces mayor que Júpiter, localizado en una órbita muy cercana a 51 Pegasi, una estrella que está a 47,9 años luz de distancia de la Tierra. El planeta fue bautizado como 51 Pegasi b. Al mismo tiempo, otro equipo cientÃfico, esta vez norteamericano, trabajaba febrilmente en su propio descubrimiento planetario, pero no logró adelantarse al grupo suizo. Liderado por Geoffrey Marcy, de la Universidad de California, el equipo anunció dos nuevos planetas extrasolares apenas unos meses después de que lo hicieran Mayor y Didier.
Mundos nuevos
Los nuevos descubrimientos no se hicieron esperar. A un ritmo cada vez mayor, astrónomos de todo el mundo empezaron a buscar, y a encontrar, nuevos mundos alrededor de estrellas lejanas. La resolución de los instrumentos y la puesta a punto de nuevas técnicas de detección ha ido permitiendo, además, ir afinando la búsqueda y localizar planetas cada vez más parecidos, en cuanto a caracterÃsticas fÃsicas, a nuestro propio hogar en el espacio.
Sin embargo, hubo que esperar hasta junio de 2005 para que los cientÃficos anunciaran el primer «planeta terrestre», es decir, sólido y no gaseoso, fuera del Sistema Solar. Se trata de Gliese 876 d, recuerda a Neptuno, es unas ocho veces mayor que la Tierra y es el tercer mundo que se descubre alrededor de la estrella Gliese 876, una enana roja (más pequeña y frÃa que el Sol) que se encuentra en la constelación de Acuario, a 15 años luz de distancia. Los otros dos planetas de este sistema (Gliese 876 b y Gliese 876 c) están más lejos de la estrella y son gigantes gaseosos.
Para quien se esté preguntando cómo es posible «observar» planetas que se encuentran a distancias tan enormes, aclararemos que no se trata de observaciones directas, como las que podemos hacer de Marte o la Luna. Para que un telescopio pudiera «ver» directamente un mundo más allá del Sistema Solar, su espejo principal deberÃa ser enormemente grande, mayor incluso de cien metros, lo cual resulta imposible de conseguir con la tecnologÃa actual.
Nuevas técnicas
Pero existen otras formas de darse cuenta de la presencia de estos ansiados mundos exteriores. Una de ellas, gracias a la cual se realizaron los primeros hallazgos, se basa en la mutua atracción que dos cuerpos ejercen uno sobre otro. Cuerpos que, en este caso, serÃan el planeta que se quiere ver y la estrella alrededor de la cual gira. Los primeros «cazadores de planetas» midieron, en efecto, las pequeñas perturbaciones gravitatorias sufridas por las estrellas que poseen planetas gigantes.
Los cálculos permiten saber, a partir de dichas perturbaciones, el tamaño del planeta en cuestión y su posición en relación a la estrella a cuyo sistema pertenece. El método, sin embargo, aunque efectivo, sólo es capaz de identificar a los mundos más grandes. Jamás se podrÃa encontrar asà un planeta como la Tierra.
Más reciente y sofisticado es el método que consiste en medir la luminosidad de las estrellas, que disminuye cuando un planeta «cruza» por delante y se sitúa entre esas estrellas y nuestra propia posición. Es precisamente la técnica que utilizará el satélite europeo «Corot», recién lanzado por la ESA para detectar mundos lejanos.
Estos «tránsitos planetarios» permiten, si son lo suficientemente precisos, determinar la masa de los planetas a base de la disminución del brillo de sus estrellas cuando pasan por delante de ellas. Tampoco se podrÃa encontrar asà un mundo como el nuestro. Se ha calculado que un planeta del tamaño de Júpiter, el gigante de nuestro sistema solar, sólo provocarÃa una disminución de un uno por ciento del brillo de una estrella similar al Sol.
Un hogar en el espacio
Por ahora, el último paso hacia la búsqueda de planetas como el que nosotros habitamos fue dado a principios de 2006, cuando un consorcio internacional de astrónomos anunció el descubrimiento de un mundo helado, mucho más pequeño que Neptuno, localizado en la región central de nuestra galaxia. Cada vez más investigadores opinan que muy pronto estaremos en condiciones de comparar nuestro mundo con otros similares, y de establecer teorÃas mucho más sólidas sobre nuestros orÃgenes. A ello ayudará, sin duda toda una flotilla de telescopios espaciales que serán lanzados tanto por Estados Unidos como por Europa con el objetivo principal de encontrar planetas como el nuestro.
Las caracterÃsticas propias de cada sistema planetario pueden ser muy variables y dependen de un amplio abanico de procesos quÃmicos y fÃsicos, de la intensidad de los campos magnéticos, de las turbulencias y la composición de las nubes originales de polvo y gas...
La Ciencia no dispone aún de datos definitivos que permitan predecir la frecuencia con la que se produce la formación planetaria o la manera en que los planetas, cuando existen, distribuyen sus masas y sus órbitas alrededor de las estrellas. Este lÃmite en nuestras posibilidades de conocimiento se debe, naturalmente, al hecho de que la mayor parte de los modelos cientÃficos de que disponemos en la actualidad se basan en el estudio del único ejemplo que conocemos, nuestro propio Sistema Solar. Y hasta que no podamos compararlo con otros parecidos, ni siquiera estaremos en condiciones de saber si el nuestro es un sistema planetario corriente o si, por el contrario, presenta alguna caracterÃstica que lo convierte en único y excepcional.
Por eso resulta tan importante la búsqueda de mundos como el nuestro. Si la Ciencia encontrara algún planeta potencialmente habitable, o varios, o un gran número de ellos, podrÃamos establecer las caracterÃsticas que la clase de mundos que los humanos podemos ocupar deben tener.
La estrella HD70642 puede verse con unos simples prismáticos, en la constelación de Puppis. En 2003 los astrónomos encontraron a su alrededor un planeta dosveces mayor que Júpiter
Fuente : JOSÉ MANUEL NIEVES.